Publicado en El Definido
Invitado por la municipalidad de
Providencia, el artista mexicano Antonio Carroza, también conocido como “Cix”, vino
a nuestro país durante octubre de 2018 para pintar un mural en el río Mapocho,
en el marco del Festival Puerta del
Sur. Su estadía la aprovechó para visitar la pinacoteca de la Universidad
de Concepción, a donde peregrinó siguiendo la ruta de uno de sus grandes
referentes: José
González Camarena, cuyo monumental mural, Presencia
de América Latina, da la bienvenida a cada visitante.
Hablamos con él y con Polo Catellanos, otro
icónico artista mexicano, haciendo un viaje a través de la obra de los grandes
muralistas chilenos y mexicanos en nuestro país. ¿Se respeta este arte en nuestro
territorio? ¡Vaya que sí! Esto es lo que nos contaron.
Un país muralista
“Para mí, González Camarena tiene
el mejor mural de su carrera en Chile. Su legado es eso, una pintura arquitectónica.
Aquí está todo, su uso del dibujo, de la estructura, pero sobre todo un uso del
color que manejaba diestramente. También la temática es impresionante,
hablar de Latinoamérica en un solo muro no es fácil”, nos contó el artista cuyo apodo,
“Cix”, es la castellanización de la palabra “enfermo” en inglés.
Durante su visita, Cix pudo
conversar con uno de los ayudantes chilenos de González Camarena, quien le
contó detalles inéditos de la realización de Presencia de América Latina.
La mujer con el mapa de Latinoamérica que ahora es ícono del mural, inicialmente
no estaba contemplada en los bocetos del artista azteca. Era una mujer que
conoció durante la realización de la pintura y decidió incluirla. Además, durante
la inauguración, una niña, hija de diplomáticos, pintó una mancha y González Camarena
optó por no corregirla. Todo lo cual ha sido mantenido hasta la actualidad por
la universidad penquista.
“A mí me sorprendió cómo en Chile
se quiere y se respeta demasiado el muralismo y a los muralistas mexicanos. En
el río Mapocho pude darme cuenta. Me atrevería a decir que, después de
México, Chile es el país más fuerte haciendo muralismo en América”, nos
afirmó.
Iniciado en la década de 1920, el
muralismo mexicano vino a ser el epítome de la revolución de
dicho país de 1910. Con miras a lograr la “regeneración de la sociedad”, en
palabras
del ministro José Vasconcellos, los murales buscaron difundir el arte y la
educación, entre analfabetos y el público más instruido. De ahí que los
primeros murales se ubicaron en escuelas y universidades, siempre construidos
en base a la estética indígena y motivos prehispánicos, además de alusiones a
personajes históricos, con un relato izquierdista y progresista.
Su legado cultural trascendió
generaciones y fronteras, llegando hasta el otro extremo de Latinoamérica en
nuestro país, donde sintonizó rápidamente con los artistas nacionales,
reforzando los lazos entre ambos países.
Entre dos terremotos
El terremoto
que asoló la ciudad de Chillán en 1939, generó una gran solidaridad
internacional para ayudar a las víctimas en la reconstrucción. Hacía solo
unos meses que el radical Pedro Aguirre Cerda,
alias “don Tinto”, había llegado a la presidencia apoyado por el Frente Popular
con un ambicioso programa de reformas. Una de las cuales debió adelantarse con
motivo de la reconstrucción: la creación de la CORFO. Lo anterior puso a su
gobierno en sintonía con el del mexicano Lázaro
Cárdenas (1934-1940), miembro del Partido Nacional Revolucionario
(antecesor del PRI), quien concretó muchas de las demandas de la revolución
mexicana, como la reforma agraria y la nacionalización de las petroleras, entre
otros.
La sintonía entre “don Tinto” y
Cárdenas (uno de los grandes ídolos del actual presidente mexicano, el
izquierdista AMLO) no se hizo esperar, y el segundo construyó en 1942 una de
las grandes postales de la recién creada región de Ñuble: la Escuela México de
Chillán. Obra de los artistas David Siqueiros y Xavier Guerrero.
Lo anterior fue posible debido a
que por esos días, Siqueiros
estaba preso por su participación en el fallido atentado contra el ruso León
Trotsky (el amante de Salma Hayek en la película Frida Kahlo). Para
fortuna suya, el cónsul chileno en México, Pablo Neruda (comunista al igual que
Siqueiros), intercedió por él y le dio una opción a la cárcel: que lo
acompañara a Chillán con el encargo de pintar en la nueva escuela un mural que
reflejara la historia de ambas naciones.
La obra resultante la podemos
dividir en dos conjuntos de murales: Muerte al invasor y De México
a Chile. El primero, ubicado en la biblioteca de la escuela, se
constituye como una cámara neobarroca, donde en su muro norte se aprecian
personajes notables de la historia de México como Cuauthémoc, último
emperador azteca, figura ascendiendo los peldaños de una pirámide
mesoamericana y lanzando flechas contra una cruz pintada en el cielo de la
biblioteca. La cruz asemeja a la forma de una espada y un ataúd, metáfora de la
destrucción y genocidio que trajeron los conquistadores españoles a América.
Un tip para los que vayan a
visitarla: la cruz se pintó sobre una superficie curva. De modo que si
uno se para junto al muro norte, y después en el sur de la sala, descubrirá que
la flecha lo sigue apuntando (para quedarse boquiabierto, ¿no?). A la izquierda
del cacique se aprecian héroes militares, mientras que a su derecha se ven
líderes que representan el republicanismo y la democracia.
En el muro sur está representada
la historia de Chile. Al centro, vemos al toqui mapuche Galvarino corriendo
con las manos cortadas, y en el mismo cuerpo, la cabeza del político liberal Francisco Bilbao.
Lo anterior viene a ser una metáfora de la relación dual entre la lucha por
medio de la fuerza física y la fuerza de las ideas. A su izquierda figuran los
líderes mapuches Caupolicán
y Lautaro, los
tres en posición de ataque a tropas españolas, mientras que a su derecha se
representa el Chile postcolonial, simbolizado en Bernardo O´Higgins
(no se asombre si descubre que la ciudad está llena de alusiones a O´Higgins,
oriundo de Chillán), quien sostiene las tres banderas que ha tenido el país, y
en la pálida figura del presidente liberal José Manuel
Balmaceda.
La elección de figuras históricas
no es casual. No sólo se replica el ordenamiento que pone a la lucha indígena
como central y fundacional de la historia de ambas naciones, sino que los
líderes decimonónicos son en ambos casos de corte liberal o izquierdista. En la
misma línea, los gobernantes de ambos países al momento de inaugurarse la
escuela, Pedro Aguirre Cerda en Chile y Manuel Ávila Camacho en México,
también cuentan con cuadros que los homenajean en la biblioteca (¿habrá
sacado de aquí la idea
Cathy Barriga?).
La cooperación no terminó ahí, y
nuevamente el país del Chespirito prestó su ayuda al país de Condorito con
motivo de una nueva catástrofe natural. El terremoto
de Valdivia de 1960, el más poderoso del que se tenga registro, devastó a gran
parte del sur del país, y el gobierno mexicano envió ayuda y recursos de
primera necesidad. Lo anterior, dio pie al Plan Chileno-Mexicano de Cooperación
Fraternal 1960-1964, que nuevamente tuvo un correlato artístico cultural, esta
vez materializado en la Universidad de Concepción.
En dicha casa de estudios, el
pintor y escultor mexicano José González Camarena, realizó en 1965 el mural Presencia
de América Latina, que mencionamos al inicio. En él se relata la
historia de Latinoamérica de forma alegórica. En la parte central, se ubica
la "pareja original", un español y una mujer que simbolizan todas las
razas americanas. Mientras que los tres rostros fusionados en la parte
superior, representan la "fusión de las razas". Se encuentran
también las flores y aves típicas de México y Chile: el nopal y el águila, y el
copihue y el cóndor, respectivamente. Además del infaltable Quetzatcóatl —dios
de la cultura mesoamericana-, y un verso de Pablo Neruda: “Y no hay belleza
como esta belleza de América extendida en sus infiernos en sus cerros de piedra
y poderío y en sus ríos atávicos y eternos…”.
González forma parte de una
segunda generación de muralistas mexicanos, que buscó una forma de expresión
más personal, distinta a sus predecesores, a través de una técnica que denominó
“cuadratismo”, que le da a sus murales una estructuración geométrica característica,
lo que delinea un estilo menos político y menos expresionista que el de
Siqueiros.
De la provincia a la
capital
El Plan Chileno-Mexicano abarcó
quince ciudades a lo largo de Chile, entre Santiago y Puerto Montt. Implicó la
construcción de escuelas primarias, casas de arte, auditorios, y por supuesto,
murales pictóricos. Lo que se ve reflejado también en el Club Deportivo,
Social y Cultural México, ubicado en la comuna de Santiago y dedicado al boxeo.
¿Qué tal?
En el auditorio del recinto, se
realizaron dos murales en 1963. Uno del artista chileno Nemesio Antúnez,
y otro del mexicano Tomás
Parra, ambos realizados sobre tela. En el primero, Parra realizó un
paralelo entre la figura de Cuauhtémoc y Lautaro. Entremedio destaca un
enorme sol rojo, y cruzando a cada cacique se leen versos de poemas de Pablo
Neruda y del mexicano Ramón López Velarde sobre cada líder.
Antúnez, por su parte, buscó
emular el muralismo mexicano clásico en una obra pintada en la pared opuesta,
representando de forma abstracta las luchas por la independencia y la
revolución, y realzando al colectivo por sobre el individuo, salvo por la
figura del cura Miguel Hidalgo.
¿Una copia made in Chile? Otros dirían
transculturación. Algo que se manifestó con mayor fuerza tres años después.
Y es que dentro del mismo plan,
fue concebido
en 1966 el mural de la piscina Tupahue en el Cerro San Cristóbal. La
obra fue diseñada por el artista y arquitecto mexicano Juan O´Gorman y
ejecutada por la chilena María Martner. Se
aprecia nuevamente al cacique Caupolicán junto a Cuauhtémoc, ambos rodeados de
elementos del imaginario de cada país, como serpientes y huemules. El muro,
hecho de piedra, refleja el interés de O´Gorman por mezclar pintura y
arquitectura, y fue construido con piedras de distintos tamaños y colores
recolectadas por Martner a lo largo de Chile. Dicho mural refleja quizás la
compenetración absoluta de las técnicas y culturas de ambos países, en el marco
de este plan de cooperación que derivó en una escuela de muralismo híbrido.
Curiosamente, la academia local
tendió a hacerle el quite al muralismo mexicano. Es más, en la Escuela de
Bellas Artes de la Universidad de Chile, más apegada al arte europeo y la
pintura de caballete, los muralistas fueron
apodados los “patagones”, por su tendencia a exagerar las caras, pies y manos,
y menospreciados por el apoyo estatal que recibían. Uno de los mayores
críticos de Siqueiros y su escuela fue Camilo
Mori, irónicamente uno de los artistas chilenos que colaboró con el azteca
en Chillán. Pero bueno, ¿qué saben los académicos?
“Neomuralismo”
Pero más allá de la cooperación
entre ambos países, también se han realizado destacables murales de estilo
mexicano por parte de privados. Tal es el caso del restaurant de comida
mexicana Los
Cuates. El recinto, ubicado en la comuna de Providencia, alberga en su
interior un amplio mural que abarca paredes y techos, recreando los principales
motivos del muralismo y la cultura mexicana, como las deidades precolombinas,
héroes históricos como el cura Hidalgo y Benito Juárez, e
incluso personajes más contemporáneos como el Chavo del Ocho y Cantinflas. En
un claro juego de intertextualidad, el mural también incluye entre sus
personajes a los muralistas David Alfaro
Siqueiros, José
Clemente Orozco, Diego
Rivera, y su esposa Frida
Kahlo.
Junto a Plaza Baquedano en la
ribera del río Mapocho, en tanto, se encuentra el mural de Antonio “Cix”
Carroza. En la pintura, se representa nuevamente al dios Quetzatcóatl, una
serpiente de cien metros de largo, y en su garganta asoman indígenas chilenos.
No son mapuches en esta ocasión, sino selknam.
“Estuve conociendo sobre su
cultura mientras pintaba, y me llamaron mucho la atención. Son una cultura
desaparecida, similar a algunas de México, también muertas en la actualidad. Quetzatcoátl
es el dios que nos creó, así que estos elementos sirven para representar la
vida y la muerte", nos relató Cix.
Carroza, quien ha realizado pinturas
murales a lo largo del mundo, reconoce la influencia de los “tres grandes” del
muralismo en su trabajo (Rivera, Siqueiros y Orozco), pero afirma que su
trabajo, y el de los demás muralistas mexicanos contemporáneos, es un estilo
distinto. Para Cix, este “neomuralismo” se distingue del anterior por “ser
menos escolarizado y menos político”, lo que le da mayor libertad y creatividad
a sus cultivadores. No obstante, persiste su objetivo provocador, como
demostró su compatriota Polo Castellanos en el sur de nuestro país.
En Osorno, en noviembre pasado, se
organizó un evento
similar al de Providencia, el II encuentro internacional de muralismo canto
y poesía en homenaje a Gabriela Mistral. La instancia reunió a artistas
chilenos y afuerinos con el objetivo de pintar murales sobre la poetisa en
distintas ciudades de la región de los Lagos. Lo anterior, llevó a la Brigada Ramona
Parra y al doctor en artes Polo Castellanos, a realizar lo
propio en el Colegio de Profesores de Osorno.
Para el académico, la poetisa no
era una figura nueva. Al igual que Neruda, Mistral
tuvo un estrecho vínculo con México: Vasconcellos la reclutó en
1922 para participar de su reforma educacional. Tan valorado fue su
desempeño, que hoy cuenta con una estatua y diversas escuelas con su nombre. “Sólo
tuve que echar un repaso a su biografía. Su trabajo es muy interesante, muy
rico. Gabriela Mistral no es sólo la poesía y la educación para los niños. Es
también la lucha por la educación pública y de calidad, y por los derechos de
la mujer, entre otras cosas”, afirma el artista.
No obstante, la obra de Castellanos
terminó por dividir
a los docentes. Ello debido a que el extranjero representó a dos mujeres
desnudas, una de las cuales exhibe su vagina. Ésta última escribe una larga
carta que parte con la palabra “Gabriela”, por lo que muchos han
interpretado el mural como una alusión a la relación lésbica entre Gabriela
Mistral y Doris Dana.
“No es un retrato de ella. No
podemos ver el arte como literal. Ahí se ha desatado toda una confusión al
respecto, porque las figuras no retratan a las personas, sino que las
simbolizan en su esencia y su concepto. Depende de cómo lo quieras ver.
Pero sí habla de esa parte íntima de Gabriela Mistral, y nace a partir de este
epistolario que tiene con su pareja íntima”, nos comentó Polo Castellanos.
Castellanos dice que buscó
representar la homosexualidad, pero no con un afán de “morbo irracional” como
lo han tomado algunos, sino como un derecho legítimo; además de rescatar la
lucha que realizó la poetisa de Vicuña por los derechos de la mujer. Sin
embargo, nos comenta que se siente satisfecho con la reacción conseguida.
A lo largo de su historia, hemos
visto a esta escuela híbrida transitar desde su origen más político, de la mano
de Siqueiros y González Camarena, hasta el neomuralismo urbano de Cix y
Castellanos. De mapuches a selknams, o de Neruda a Mistral, constantes han sido
los esfuerzos por parte de los artistas por acercar culturas. Y es que no sólo Yuri y Lucho Gatica han
fomentado las relaciones diplomáticas entre nuestras dos naciones. Ya sea tomando el sol junto a una piscina,
o entrenando en el ring, siempre habrá espacio para un muro con el poder de
entretener y educar a las personas en su día a día. No hay que olvidar que
un muro desnudo no tiene por qué ser presa de los grafiteros y sus tags únicamente.
Puede ser también ventana a una gran aventura, donde se ven, entre otras cosas,
a charros bailando cueca o huasos bailando el jarabe tapatío.
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